dilluns, de gener 16, 2006

2 Deslizando


Desde txiki he tenido contacto con el mar. Incluso habiendo nacido en Iruña y viviendo allí, gracias a la afición de mi padre por la navegación, nos asomábamos cada fin de semana a orillas del Cantábrico. Él tenía un barco y un día de invierno vimos una ballena.

Teníamos una casa en Ola-bide en el pueblo de Hondarribi donde pasábamos también gran parte de las vacaciones.

Eramos pequeños. El asfalto rezumaba calor y se podía oler. Eramos inagotables y solo pasábamos por casa para reclamar un bocata, a veces a gritos de "Amaaaaaaaaaaa, ¡tírame un bocata!" debajo del balcón. Cuando el cielo no podía soportar más ese calor de verano se rompía, mojándo la carretera y las piscinas de Ola-bide, desprendiendo olor a tierra.

En la urbanización eramos muchos niños y nos pasábamos todo el día jugando en la parte trasera de las casas, en los cañaverales, en las obras de al lado, en las piscinas o con las bicis y el skate. Sokoa era el territorio vecino y nuestro segundo patio de recreo. Odei, Ander, Iker, Eneko, Joseba, los gemelos, Iñigo, o los hermanos Mangas eran algunos de los chicos.

Entre otras de nuestras aficiones estaba fabricar tira-pottokos con botellas de plástico y globos para hacer guerras de bayas rojas.
Además estaba el skate. Con 8 o 9 años hacíamos auténticas carreras a muerte desde las piscinas hasta la entrada a Ola-bide. En la línea de salida nos juntábamos hasta 10 o 12 chavales. Sudor y heridas.

Nuestros padres procuraban conservarnos lo más enteros posible equipándonos con coderas, muñequeras y rodilleras que raramente usábamos.Entre otras aventuras recuerdo una bajada en concreto. Un día de aquellos, mi compi Ander y yo fuimos a estrenar una carretera que bajaba desde Sokoa hasta practicamente el Paseo Butrón.

La bajamos una y otra vez. Era una cuesta larga y recién asfaltada, ancha y no excesivamente pronunciada. Me encantaba la sensación de deslizarme, me gustaba bajar cuestas.Subían pocos coches y nosotros, haciendo dedo, los aprovechábamos para asirnos en el maletero y subir a remolque. La gente solía acceder y nos subían despacio.

Bajamos una vez más y al final estiramos el brazo con el pulgar levantado al paso de un ford escort. Eran unos chavales jóvenes de unos dieciocho años (para nosotros eran mayores). Nos dijeron que nos engancháramos y allí fuimos.


Ander y yo nos miramos con cara de susto, el coche cada vez iba más rápido y no nos atrevíamos a soltarnos.

Poco después el ford pasó por encima de una alcantarilla que fue a parar directamente a las ruedas de nuestros skates; éstas se clavaron y salimos volando. Rodamos varios metros cuesta arriba.


Empezamos a subir la cuesta con normalidad, Ander a mi lado. Todo iba bien, hasta que el coche empezó a acelerar cada vez más. Nosotros no nos soltamos porque pensábamos que estarían bromeando, aunque el coche iba aumentando su velocidad.

Ander se abrió una herida enorme en la rodilla y yo tenía todo el brazo izquierdo en carne viva y también el pié izquierdo con una herida muy seria. El escort se dio a la fuga.

Ola-Bide está en Hondarribia. Es una urbanización con forma de cerilla vista desde el aire. Entras por una carretera que después describe un círculo que se cierra volviendo a la misma entrada. Las casas bordean la carretera por el exterior y en el interior se sitúan tres piscinas.

También tiene una pista de tenis. Junto a esta, detrás de una valla de alambre bastante alta había una casa abandonada. Tenía un terreno bastante grande lleno de árboles donde iban a parar muchas de las pelotas de tenis.

Dentro de dicho terreno habitaba un perro negro que custodiaba el tesoro que significaban tantas pelotas de tenis juntas.

Decían que tenía la rabia. Isaac, uno de los chicos mayores de la urbanización y hermano de Bárbara, una chica de nuestra edad saltó un día la valla. No estábamos allí pero nos enteramos al poco.


 El perro negro le había atacado y le había dejado una enorme cicatriz que nos enseñó unos días después en la piscina. Decían que iban a sacrificar al animal.

El paso por la entrada de la urbanización se convirtió esos días en una aventura muy arriesgada y poco deseable.

Los chicos nos sentábamos a observar a la bestia a una distancia razonable, unos 60 metros. Empezó el juego....
- ¡A ver quién se atreve a ir dónde el perro negro!
- ¡No hay huevos!
- ¡Si no salta!
- ¡Que si!, que mi hermano lo ha visto saltar dos veces..
- Yo voy.


El "valiente" era yo. Me encantaban los animales y no tenía ningún miedo a los perros, hasta ese día...

Empecé a caminar tranquilamente, cuesta abajo; la casa delante de mí a unos 30 metros y más chulo que un ocho. Seguí bajando, ya estaba cerca. Mis amigos empezaron a gritar: - ¡Vaa, vuelve!!! que ya está!!!- Yo seguía bajando hacia la casa y de repente apareció.

Como si no pesara saltó la valla con una agilidad sobrenatural y en un segundo estaba en frente de mí, dió un último salto y se me echó encima. Sus patas se apoyaron en mis hombros y caí de espaldas en el asfalto.

Con un ligero gruñido y mostrándome los dientes me clavó la mirada mientras yo permanecía inmóvil. Fueron unos de los momentos más largos de mi vida. Pensé que no salía de aquella cuando después de una última mirada ancestral, dio media vuelta. Y con la misma agilidad que antes había mostrado volvió a su güarida desapareciendo detrás de la valla.

Eran tiempos felices, llenos de aventuras, sin grandes preocupaciones, con cicatrices, juegos, diversiones y un largo etcétera

...
 

2 comentaris:

Simo ha dit...

me gustan tus cuentos.
me recuerdan una etapa de mi vida.
te beso, Dez

Anònim ha dit...

Hola Javi que tiempos aquellos... yo tb me acuerdo de aquel perro y de lo que le hizco a Isaac... Que sepas que sigo tu blog, de vez en cuando entro y veo si hay fotos nuevas :) me encantan! tengo la de curri en el fondo de escritorio jeje
Bueno hermano, un besoooooo!